En los últimos tiempos del franquismo, la CIA estaba verdaderamente interesada en el futuro político de España. Hasta el punto de que un militar español, Manuel Fernández Monzón, preguntó a un coronel norteamericano el porqué de ese interés. El yanqui desplegó un mapamundi, le pidió que situase el centro exacto de todo y, efectivamente, el dedo del español -posteriormente, habitual y polémico contertulio- acabó señalando a nuestro país. “Pues, precisamente por eso, está usted aquí”.
No sólo España está en el centro geográfico del mundo, sino que los españolitos de a pie creemos estarlo. Y ahí viene el problema. El año que viene, coincidiendo con las presidenciales en dos de los países más gigantescos del mundo, México y Estados Unidos, auguro grandes hornadas de expertos nacidos en algún lugar entre Port Bou y El Hierro analizando en el metro, la cafetería o el asiento d gol los estados pendulares, los delegados en Arkansas o las posibilidades de tal o cual candidata de protestar el cargo de presidenta de México. Porque esa es otra, y lo dejo por escrito: como las dos opciones más punteras de presidir México son dos mujeres, prepárense para que nos pongan al país azteca como paraíso feminista por el hecho de que a partir del 1 de diciembre de 2024 Claudia Sheimbaun o Xoctlil Gálvez releven a López Obrador. Por cierto: yo tampoco reconocería por la calle a ninguna de estas dos señoras. Procuro informarme, pero vivo en Ceuta no en Baja California o Monterrey. ¿Nos vamos entendiendo, no?
Viene esto al pego porque esta mañana había cierto alivio en redes sociales. “No ha ganado Milei”, comentaba alguien “y es una buena noticia”. No lo dudo, tampoco lo afirmo pero ¿Para quién es buena noticia?. ¿de verdad nos hemos creído tanto lo del centro del mundo como para pensar que en Buenos Aires, Córdoba o Avellaneda alguien vota con la cabeza puesta en lo que piensen los españoles?. “Estados Unidos tiene que votar demócrata, por los derechos humanos”, escuché a alguien decir. Entremos en contexto: confundir a EEUU con la costa este o la tropa de Hollywood es un craso error. El votante medio norteamericano es un paisano que vive en un pueblo de mala muerte, que va a trabajar a una fábrica y vota pensando, primero, en conservar su empleo en la fábrica. Posteriormente, en su pueblo de mala muerte. A continuación, en el condado en el que está radicado y el Estado al que pertenece. Y luego, en el país. Si aquello casa con el hecho de que los olivareros de Jaén puedan exportar aceite al gigante norteamericano, bien. Si no, ahí se queda Jaén con sus aranceles a la exportación, sus aceites, sus olivos y sus agricultores. Y, como eso, todo. Recuerdo que cuando ganó Obama -seguro que se acuerdan de el: aquel muchacho simpático que iba a acabar con las guerras, el hambre, la discriminación y la fruta escarchada- José Blanco lo felicitó al día siguiente. “No me pronuncié antes por no influir en la campaña”, dijo. Sabido es que en Wichita estaban todos pegados al transistor para escuchar a Pepiño. Por cierto: Obama tenía de izquierdista lo que de rubio. El paralelismo no es izquierda/demócrata y derecha/republicanos. Más bien sería PP/demócratas y VOX/republicanos.
Tenemos la tendencia a juzgar y resolver los problemas de todo el mundo. Sea el horror que se vive en Oriente Medio -donde pensar que no es incompatible el dolor por la represión a Palestina con el de las víctimas del atentado de hace quince días te convierte no en una persona empática, sino en un terrorista o sionista-, sin haber pisado jamás Tel Aviv o la franja de Gaza. Pero allá vamos los españolitos, a arreglar el mundo sin entender que el mundo no tiene arreglo y que lo de Oriente Próximo, se mire por donde se mire, es una tragedia para toda la Humanidad. Y que si llevamos ochenta años con estas, no parece que deba tener una solución tan fácil como la que aporta cualquiera de nosotros con un café y media con aceite y tomate. Que el mundo va a lo suyo, cualquier país, y que sus habitantes toman decisiones erróneas o acertadas, pero estando en la piel de quien las debe tomar y no a cientos de kilómetros de distancia.
Un viejo conocido lleva semanas diciéndome que el futuro está en Portugal: “vámonos. Vendemos lo que tengamos, compramos un terrenito allí y a vivir en el campo. Estos no se complican: trincan los fondos europeos, no dicen una palabra más alta que otra, están ahí con su historia y poquito a poco van saliendo para adelante. Aquí en España nos creemos que lo sabemos todo y no tenemos ni idea”. Luego, viene Europa, nos dice que debemos hasta de callarnos o el Tribunal de Estrasburgo nos deja las sentencias a la altura del betún y se nos hincha la vena patriótica. Que si Spainexit, que si la Troika (fenomenal, por cierto, eso de emplear extranjerismos cuando hablamos el tercer idioma más extendido del mundo), pero en el fondo nos duele que nos digan que no arreglemos el mundo. Qué, con no destrozar España, ya va que chuta. Si, España está en el centro del mapamundi. Pero con una deuda pública que va a durar generaciones, una corrupción extendida hasta los patios de los colegios y una dependencia energética de aliados como Francia, Marruecos, Argelia o Venezuela que desde luego no invita a dormir a pierna suelta. En el fondo, tanto nos ha calado la lluvia fina que no somos capaces de asimilar que somos un país tan decente o mediocre como cualquier otro. Llevo años tratando de averiguar cual es ese "país normal" en el que no pasan las cosas que pasan en España. Esa nación sin imperfecciones, para mandar a mi hija ahí cuando tenga edad y acabar mis días en ese lugar junto a ella. Pero no lo he encontrado.
Más no se preocupen: como dice un simpático grupo de Facebook, un español con un cubata en la mano lo sabe todo. Y punto. Para algo somos el centro del mundo..