lunes. 29.04.2024

Lloraremos por ti, Argentina

No he podido evitar cierta sensación de pena al ver la suerte que ha corrido Antonio Costa. El primer ministro de Portugal hasta la semana pasada se ve envuelto ahora en un turbio asunto de corrupción, pagos en b y demás cositas que parecen ser tan propios de la clase política mundial. Sentí pena por Portugal, pero también porque en la figura de Costa, España tuvo un amigo de los de verdad cuando Holanda exigía poco menos que sangre de unicornio a nuestros dirigentes para soltar un céntimo de euro. "España no ha creado el virus. Holanda ha tenido una actitud miserable y contraria al espíritu de la Unión", dijo el entonces premier luso.

Mi pena es que alguien que parecía sensato y que guiaba a la nación vecina hacia la prosperidad que merece acabase su trayectoria política manchada por un 'quítame allá esas adjudicaciones'. Que la Justicia portuguesa haga lo que considere oportuno, pero yo nunca dejaré de ver en Costa a un viejo amigo. Ocurre lo mismo con otros dirigentes mundiales: no puedo evitar cierta simpatía a la hora de enjuiciar la figura de Olof Palme o Francois Miterrand. El viejo presidente francés fue clave a la hora de intepretar, por ejemplo, que aquellos muchachitos del País Vasco eran algo más que jóvenes algo revoltosos. Sarkozy también fue condenado por 200 historias más, pero a este hombre le debemos una implicación total en el final de ETA. Si esa hubiera sido la línea, por ejemplo, de Giscard D'Estaing en los 70, esa panda de salvajes no hubiera sido más que un mal recuerdo décadas antes de serlo de verdad.

No son los únicos dirigentes a los que hay que mencionar con respeto si se les mira desde España. Repúblicanos o no, del bando que fueran ¿cuandos españoles deben su vida y su prosperidad posterior a Lázaro Cárdenas Del Río. El Tata -apodo respetuoso con el que se dirigían a el los indios mexicanos: sinónimo de abuelo- contribuyó a que muchos hijos de la guerra civil tuvieran una oportunidad en aquel México que nacía a los sexenios y que, en efecto, lideró al mundo hispanohablante durante décadas. O tantos dirigentes venezolanos que abrieron sus fronteras a la emigración española hasta el punto de que hubo en Canarias periódicos que ofrecían información a diario sobre ocho lugares del mundo: cada una de las siete islas y Venezuela. 'Los canarios tenemos los pies en África, la cabeza en Europa y el corazón en Venezuela', decía un ex presidente insular.

Años después de la Guerra Civil del siglo XX (¿qué, si no, fueron las carlistas?), un general argentino y su bellísima esposa visitaron España. Juan Perón y Evita estuvieron en un país aislado del mundo en los primeros cuarenta. Que nunca se nos olvide a los españolitos: el principal productor mundial de carne envió barcos enteros de ese material a un país en el que las trincheras aún echaban humo.

Dentro de unos días, los argentinos elegirán presidente. La cosa está entre Sergio Massa, peronista, y Javier Milei: un tipo que mandó clonar a su perro muerto y por las noches dice hablar con el y con Dios. Qué tiene el mandato divino de instalarse en la Casa Rosada, vaya. Un buen amigo, hombre leído y viajado que conoce Argentina más allá de los recorridos turísticos me dice que es la única esperanza de aquel país. Milei no deja de recordarme a un personaje de la majestuosa 'Years and years' (HBO). "Es la única esperanza para ellos, Juanjo", me insiste cuando se lo recuerdo. El país de Borges, Les Luthiers, Facundo Cabral, Atahualpa Yupanqui, Joaquín Lavado 'Quino', Juan José Campanella, Mercedes Sosa o mi idolatrado Alberto Cortez en manos de un tipo que oye voces en su cabeza. ¿Cómo así?. Joaquin Bosch, juez: "la corrupción en España nos cuesta 40.000 millones de euros al año". Sergio Massa: o yo o el caos, parece decir un ministro de Economía   que llega a la segunda vuelta de las Presidenciales con el 150% de inflación. Tal vez, lloraremos por tí, Argentina. Pero hace años y a golpe de Gil y Gil, me di cuenta de que cada vez que un populista alcanza el poder, todos nos espantamos del qué. Pero, igual, deberíamos preguntarnos el por qué. Y, sobre todo, aplicar las respuestas...

Lloraremos por ti, Argentina