viernes. 26.04.2024

Me gusta el fútbol

Laura Ortiz / Archivo
Laura Ortiz / Archivo

Me gusta el fútbol. Esa es la realidad. Me gusta como deporte pero sobretodo me gusta como generador de emociones. Me gusta sentarme en tensión (y pasarme así los 90 minutos reglamentarios) cuando juega mi equipo, y me gusta compartirlo. Porque el fútbol es mucho más cuando se comparte con personas que, en la mayor parte de los casos, lo único que tienen en común contigo es animar a los mismos colores.

A mi, no es un secreto para nadie, me vuelve loca el Atlético de Madrid. Es la herencia que me dejó mi abuelo materno (sumada a la influencia de un novio de juventud) y toda la rama femenina de mi familia sufre del mismo mal. Nosotras somo atléticas, nacidas para sufrir, para estar con el corazón en un puño hasta el 95, que sabemos mucho de goles rivales al final del partido, cuando ya no hay tiempo de reacción.

También me gusta la rivalidad, no os engaño, y discutir de fútbol, tirar pullas y bromear. Me gusta que mi sobrino de 6 años, madridista a muerte, se acuerde de sus titos cuando juegan sus equipos y enseñarle que no somos enemigos, sino rivales. Me gusta que, entre juegos, me pregunte si el fútbol es algo serio y contarle que de todas las cosas triviales, el fútbol es la más seria de todas. Porque cuando sea mayor, sus primeros recuerdos de fútbol serán esos, como los míos son los de mi abuelo paterno sentado con la camisa abierta, en pleno verano, en el salón de la casa del pueblo, viendo cualquier trofeo de verano, o mi padre, en la salita, con la radio puesta escuchando a su Athletic de Bilbao.

El fútbol tiene mucho de emociones, de recuerdos, de nostalgia. El fútbol mueve montañas o, al menos, personas. Y si no que se lo cuenten a mi amigo César González, que se ha convertido en protagonista de la prensa local este fin de semana (nosotros lo contamos primero, que todo hay que decirlo) y hasta de la prensa gallega después de haber recorrido más de 1.000 kilómetros para animar a la AD Ceuta FC en su partido contra el Pontevedra, el que consiguió sacar al equipo de la ciudad, el mío también ya, como no serlo, del farolillo rojo.

¿Quién me lo iba a decir a mi?, tan madrileña todavía tras 16 años en Ceuta, celebrando las victorias y llorando las derrotas del equipo local. Y es que no miento si digo que el día del ascenso en Jérez fue uno de los mejores de mi vida. Se había intentado tanto... fue aquel gol de Missfut en el último minuto el que me enseñó lo que es estar en el equipo que se alza con la victoria in extremis.

Qué bonito es el fútbol, qué bonito es abrazar a tus amigos al celebrar un gol y qué bonito es llorar por una victoria tanto tiempo deseada. Porque en mi alegato de amor al fútbol no pueden faltar dos momentos que hicieron que se me saltaran las lágrimas. El primero fue el penalti de Cesc frente a Italia en el partido de Cuartos de la Eurocopa de 2008. Ese día cambió todo. Ese día España se convenció de que podía ganar. El segundo, seguro que lo han adivinado, es el gol de Iniesta en el Mundial de Sudáfrica. Nunca el fútbol hizo tan feliz a un país, nunca el fútbol me hizo tan feliz a mi.

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