sábado. 04.05.2024

Cuento (triste) de Navidad

Aquel cristal que nos separaba se me hacía por segundos más delgado, casi invisible, insignificante. Nuestras miradas se cruzaron y tuve la certeza de que nuestros caminos serían uno hasta el final de mis días. Aún lo recuerdo como si fuera hoy: nuestros gritos de alegría, nuestros saltos, esas muestras de amor tan sinceras.

No he olvidado la cantidad de visitas a casa en aquellos días, la felicidad de nuestros primeros momentos. Todos querían conocerme, hacerse fotos conmigo. A mi no me importaba que nos invadieran nuestra intimidad, que me hicieran mil travesuras o que asumieran que yo tenía que ser simpático con todo el mundo. Y con lo de las fotos, ya sabes: un placer, solo si tu aparecías conmigo. Y aunque tu madre no lo veía del todo bien, lo mejor era la tranquilidad de esas noches en tu habitación, en nuestra cama. El roce de nuestra piel nos tranquilizaba mutuamente cuando la lluvia arreciaba fuerte contra el cristal en medio de una tormenta.

Llegamos a conectar al punto de que no nos hacía falta hablar para entendernos. No necesitabas quejarte o llorar para saber que necesitabas una caricia, un gesto de cariño, una payasada mía. A veces os hacia enfadar: se que me tomaba en ocasiones mas tiempo del necesario para mis cosas, y que os hice gastar un capital en zapatillas y cortinas.

Pero al cabo de unos años, no se porqué, todo cambió. En tu casa nueva, no había sitio para mi. Entendí que os molestaran mis sobrevenidas incontinencias urinarias. Debo aclarar que yo era el primer avergonzado, y asumí como lógico que no os gustase que me subiera en vuestro coche nuevo. No te puedes hacer una idea de lo mal que lo pasé por eso. No se si me preocupaba más el problema en si o la vergüenza por el mal rato que os hacía pasar. Pero podrías haber escogido otro sitio para el final de nuestra historia que no fuera una gasolinera. Pasé miedo: había truenos, como en tantas otras noches, pero en esta ocasión no estaba abierta la puerta de tu habitación. Te esperé durante horas, pero no te oí llamarme en voz baja ni noté tu caricia como era habitual. 

Dos hombres me rescataron de una muerte segura. Me bañaron, me dieron de comer y aquí estoy. No fue placentero que me asearan dos extraños, pero lo hicieron con amabilidad y, a fin de cuentas, les debo seguir aquí. Otra vez tras un cristal. A mis años. No tengo golosinas ni ese patito de goma que tanto me gustaba y sinceramente, te echo de menos. Pero siempre puede ser peor. Me gustaría que supieses las historias que me han contado; cuantos como yo han sido torturados en las calles por desalmados, de cuantas palizas con correas he oído hablar en este tiempo, cuantos casos de atropellados mortalmente podría narrarte. Tantos, desesperados, han muerto de hambre y sed esperando un reencuentro .


No creo estar en edad de merecer. Estoy viejo y ese problemilla en mi vejiga no cesa. Aquellos dos hombres y un par de chicas vienen a buscarme de vez en cuando. Una vez a la semana doy un paseo con ellos. Sinceramente, se lo agradezco porque aunque no sea lo mismo, es lo más parecido a aquellos momentos que no se tu, pero yo nunca olvidaré.

 

De todos modos, debes saber que no te guardo rencor. Así que si durante una noche de tormenta algún trueno te hace pensar que la habitación se cae y tienes miedo, puedes volver por mi. A pesar de la decepción, sabes que estaría encantado . De hecho, anoche soñé con eso. Y no es por crearte mala conciencia, pero no tendrás dudas de  que, al revés, yo no lo habría hecho.

Moraleja: Compra o adopta, haz lo que quieras. Pero no son un robot. No abandones.

Cuento (triste) de Navidad