sábado. 27.04.2024

Ni Dios, ni Patria ni Rey

Se acostumbró durante el confinamiento a recorrer desnuda los metros que separan el ascensor de la puerta de su casa, con una mascarilla por toda vestimenta. No se dedica al exhibicionismo, sino que trabaja en uno de los mayores hospitales del país, en el que por cierto una noche de marzo se acabaron los formularios de defunción. Un buen día, dejó de contar cosas al resto de amigos, tal vez por aquello de digerir sola la tragedia de su rutina diaria y no preocupar al resto. Recientemente, ha vuelto a dar señales sobre la evolución del virus; que me disculpen Illa y Simón si la creo a ella más que a ambos a la vista de los acontecimientos. Señales que apuntan en la dirección de un reconfinamiento como consecuencia de la escasa o nula conciencia cívica.

 

Las nuevas señales me llegaban casi al mismo tiempo en que se oficiaba el Funeral de Estado por las víctimas de la pandemia, que ni Dios -en caso de existir- sabe cuantas son a ciencia cierta. Un funeral con manifestaciones a la puerta, como si no hubiera otro momento, errores garrafales de vestimenta (alguna creía que iba a una fiesta ibicenca y tal vez a otro tendrían que haberlo engañado y convencerle de que iba a los Goya para arreglarse conforme a la ocasión), mascarillas con tiburoncitos y críticas a quien llevaba la bandera de España en un funeral de Estado en España. Como siempre en este tipo de historias, lo mejor lo pusieron las víctimas: "Tras los EPIS no había héroes. Había personas", sentencia la enfermera del Vall de Hebrón. Inapelable.

 

Los próceres de la Patria no ejemplifican, ni los ciudadanos tampoco vamos mucho más allá. Los periodistas debemos replantearnos -yo el primero- si en vez de tanta consigna ñoña del tipo "Todo va a salir bien" lo más conveniente es apostar por fotos de ataúdes, familiares llorando y respiradores artificiales. Tal vez así contribuyamos a evitar escenitas como la de los partidos de fútbol entre negativos y contagiados, los hacinados en cualquier chiringuito a lo largo del país o las concentraciones para dar ánimos a los chavales del equipo antes de un partido a puerta cerrada. En este sentido, afortunadamente, nos queda Madrid.

 

Con Dios me peleo a diario, con la Patria ando enfadado y del Rey mejor ni hablar. O si: su azarosa contribución a restañar la moral del personal se limitan al abucheo de costumbre en Cataluña, intrépidos viajes a Soria y Extremadura y un puñado de videoconferencias. Se que la agenda del Rey depende del Gobierno, pero bien haría Su Majestad en buscar soluciones que vean a la Corona como un elemento de unión y no de disgregación entre territorios. Dicho de otra manera: si el Jefe de Estado, da igual que sea el Rey o el Presidente de la República, visita todos los territorios de España, Ceuta y Melilla deben estar en la agenda de esa visita. Y no me valen medias tintas ni voy a entrar en aquello de no molestar a quien nos ahoga o en el frikismo de pedir por change.org una visita real. A mi casa, quien quiera y cuando quiera. Pero de buena gana y no de hurtadillas. Por mi, puede quedarse Su Majestad en Marivent o donde le de la real gana. Eso sí: echo de menos algún pronunciamiento serio y contundente por parte de las autoridades locales.

 

Así me pilla la canícula: ni Dios, ni Patria ni Rey. No he caído en el anarquismo, puesto que soy consciente de que lo único que nos distingue de la selva es la ley. Y pese a todo, amo a España. A pesar de España.

Ni Dios, ni Patria ni Rey