miércoles. 01.05.2024

Spexit: no, gracias

Siempre hay que desconfiar de un país cuyo plato típico son las coles hervidas. Partiendo de esa base, a nadie puede sorprender que Bélgica haya vuelto a hacerlo. Primero, porque la armonización judicial de Europa dista mucho de ser una realidad -a duras penas lo es en España- y segundo porque en ese país que sería insignificante de no ser por el juego geopolítico de la postguerra siempre han tenido especial predilección por todo lo que suponía rebeldía contra los estados del sur. Hablamos del país que acoge a Puigdemont y Comin, si, pero también del que se convirtió en santuario para los etarras durante décadas. Sin ánimo -aclaro- de establecer ninguna vinculación entre un fenómeno y otro más allá de las vergonzantes fotos con Arnaldo Otegi de estos dos prófugos y alguno más con escaño en la Carrera de San Jerónimo.

 

Dicho lo cual, algo se habrá hecho mal desde España. No creo en la eterna teoría de la conspiración contra España o, mejor dicho, no creo que esta llegue a todos los rincones. Estamos dolidos con Europa y su Justicia, cierto: más habrá qué preguntarse cómo, por quien y de qué manera han sido defendidos los intereses españoles ante los tribunales europeos. Si es que tal defensa se ha producido.

 

A raíz de la sentencia del TJUE -desde aquello de la parte contratante de la primera parte no oía nada tan alambicado como lo de que alguien adquiera la inmunidad, se le suspenda después y se le retire la misma para volver a prisión cuando el Parlamento Europeo le haya retirado dicha inmunidad pese a haber una sentencia en firme de un tribunal nacional-, se ha acuñado un término que, particularmente, me da miedo: SPEXIT. Spain Exit. Irnos de Europa.

 

De entrada, reivindicar en inglés que España se vaya parece contradictorio con la defensa del idioma más hermoso del mundo. De salida, es descabalgar uno de los principales argumentos para luchar, precisamente, contra los nacionalismos: el aislamiento de la que sigue siendo una de las principales zonas de influencia del mundo, pese a la pujanza de China y las alianzas USA/Reino Unido.

 

A Europa hay que cambiarla, pero no salirnos de ella. Salir de Europa supone volver años atrás en el tiempo, a la insignificancia (más) de nuestro país en la esfera internacional, a no tener un paragüas protector bajo el que millones de ciudadanos nos sintamos mínimamente amparados ante la incompetencia generalizada de nuestras élites dirigentes en los últimos años. "Yo he vivido muy bien siendo ciudadano europeo, y quiero seguir siéndolo", me decía un simpatizante de VOX en privado hace algunos días. Y lleva razón: Europa nos da el tirón de orejas, pero Europa es nuestra esperanza. Háganse una pregunta: en estos años de incertidumbre política, si hubiésemos estado fuera de la Unión, ¿cuanto tiempo creen que hubiésemos tardado en enterrar, de nuevo, gente en las cunetas?. Respóndanse sinceramente

 

PD: Dejo para el final una duda ¿habrá este año, por fin, placa a las víctimas del bombardeo del Mercado Central del 21 de enero?. Es justo y necesario, como lo es el recuerdo a Sánchez Prados.

Spexit: no, gracias