sábado. 27.04.2024

Vivir toreando un sueldo

De la amistad de Patxi Andión gocé brevemente, pero sus canciones me marcaron para siempre. En un de ellas, "El Maestro", hablaba de la dificultad de vivir toreando un sueldo; de ser señalado por parecer sospechoso de comunista o por qué las viejas beatas no le veían en misa cada domingo. "Viene el problema del pueblo: viene el maestro". El que vive toreando un sueldo.

 

Los profesores de Ceuta están viviendo, en las últimas jornadas, las más tensas que se recuerdan en años. Dos de sus miembros han sido detenidos por presuntos abusos sexuales a menores. Y hasta ahí puedo leer: uno de ellos está en prisión y otro en el calabozo. Lo cuento porque lo hemos publicado, y por tanto, ustedes ya saben lo que sabemos y lo que podemos publicar.

 

Por tanto, al "Sherlock Holmes" que todos llevamos dentro le he dado treinta euros y que se vaya a tomar algo. No voy a entrar en el terreno del postureo, ni de la elucubración. No soy policía nacional ni juez, fiscal o abogado. No quiero saber nada que no esté a mi alcance. Creo que en el Estado de Derecho: en la policía, los fiscales, los jueces, y admiro la profesión de los maestros. No quiero con esto quedar bien con todos, porque todos son indispensables.

 

La Justicia dictaminará, tarde o temprano, qué ha ocurrido. Pero si soy lo que soy -poco- en la vida, es porque tuve maestros que me encauzaron, que supieron ver en mi alguno de los pocos talentos que me adornan. Soy lo que soy porque mis padres se esforzaron en que estudiase, que aprendiese y porque hubo maestros que sabían encender la luz de la curiosidad en los ojos de quienes les mirábamos. Soy lo que soy porque -esto que voy a escribir es injusto: me voy a dejar a muchos en el tintero- tipos como Julio López Nieto o Manolo Cantera me convencieron de que mi futuro estaba en las letras y no en los números. Y a este disléxico con TDAH, uno de esos ángeles de los que me acuerdo en cada Navidad, Juan Antonio Vega le enseñó que entre palabra y palabra siempre había una separación. A la edad de siete años, en aquellos ochenta en que tener esos 'compañeros' de vida equivalía a ser el niño tonto.

 

No, no soy quien para dictaminar si creo a pies juntillas en la inocencia de estos dos docentes y tirar por tierra el trabajo de la Policía y la Justicia. No, no soy quien para sentenciarlos antes de que lo haga quien corresponda, si es que procede. Pero con independencia del devenir de los acontecimientos, creo en el colectivo docente. En general. Les necesitamos.

 

Firma esto un orgulloso hijo y nieto  del Cuerpo Nacional de Policía.

Vivir toreando un sueldo