Cuando en abril de 2005 el cardenal chileno Jorge Arturo Medina Estévez anunciaba a los católicos de todo el mundo la elección de Joseph Ratzinger como nuevo Papa tras el fallecimiento del carismático Juan Pablo II, se daba por hecho que su papado concluiría con su propio funeral. Así ha sido desde tiempo inmemorial, y probablemente así vuelva a ocurrir. Pero nadie, ni siquiera el propio Ratzinger del que dicen era muy consciente de sus limitaciones físicas, podría imaginar que a su muerte se produciría una imagen para la historia: la de un Papa en ejercicio oficiando el funeral de otro.
Así ha sido: un emocionado Jorge Mario Bergoglio, con la voz quebrada en varias ocasiones ha dirigido la misa funeral por el hombre al que, cuentan, estuvo a punto de vencer ya en aquel cónclave de hace casi 18 años y del que tomó el relevo tras la sorprendente renuncia de este. Ha sido en la Plaza de San Pedro, tan inmensa como abarrotada por miles de personas que rompieron en aplausos y corearon el nombre de Benedicto en varias ocasiones. Entre los asistentes, representantes de varios países -la Reina Emérita, Doña Sofía, por España- y presidente de la República italiana, Sergio Matarella junto a su primera ministra, Giorgia Meloni.
De su antecesor, Francisco ha destacado su capacidad de sufrimiento y de ver en Jesús una esperanza para luchar contra las dificultades. Bergoglio se ha mostrado serio, pensativo, por momentos incluso ausente durante el funeral por el "otro papa". Y al final, la imagen para la historia. Un Papa despidiéndose, durante unos segundos, de su antecesor en el cargo. Una fotografía que va camino de convertirse en otro icono más de estos años frenéticos en los que todo parece cambiar a la velocidad del rayo.