lunes. 29.04.2024
11 M

Un viaje de placer, un taxi familiar y un estruendo: así vivió un ceutí el 11 M en Atocha

El 11 de marzo de 2004, varios trenes explotaron en el subsuelo de Madrid, provocando una auténtica matanza. 192 personas perdieron la vida en el mayor atentado terrorista de la historia de Europa. Un ceutí, presente en la estación aquella mañana, recuerda los hechos
Apeadero de Atocha, esta semana/ Laura Ortiz
Apeadero de Atocha, esta semana/ Laura Ortiz

Madrid es una ciudad a la que la mayor parte de los que no somos madrileños tenemos asociada a prisas, a ritmos frenéticos, a acudir a una reunión de trabajo y estar pendiente de a qué hora sale nuestro tren o avión de regreso al lugar del que vinimos. Pero también, huelga decirlo, es una ciudad fantástica para disfrutarla con ocio, si se va con tiempo libre y se tienen unos acontecimientos programados. Hoy, como hace veinte años. Por ejemplo, el diez de marzo el Real Madrid había eliminado al Bayern de Munich en uno más de los incontables enfrentamientos europeos entre ‘merengues’ y bávaros. No sabemos si a un madridista por los cuatro costados como a Jacob Hachuel le había llevado a la Villa y Corte el enfrentemiento entre los madridistas, entonces con Carlos Queiroz en el banquillo, y un conjunto alemán que horas más tarde tuvo un hermoso gesto con la ciudad de Madrid y con España que siempre habrá que resaltar: ofrecerse para jugar un partido, completamente gratis, a beneficio de las víctimas de lo que sucedería el 11 de marzo de 2004.

Jacob Hachuel/ Archivo
Jacob Hachuel/ Archivo

“Yo estaba en Madrid por temas de placer, no había ido por trabajo”, recuerda quien fuera luego consejero de Presidencia y Gobernación. “Ese domingo había elecciones, y quería estar en Ceuta para votar, por lo que decidí venirme el jueves. En tren”.
A las 07.30 horas “yo estaba en Atocha, con mi pareja -su actual esposa- para coger un tren. Habíamos pedido un taxi desde Alcobendas. En Atocha hay un pequeño jardín artificial, justo antes de los andenes, y decidimos tomar un café, unos minutos antes. Estábamos debajo de las escaleras mecánicas cuando oímos un estruendo”. En principio “no le di mucha importancia a aquel ruido, porque se que entonces la estación estaba en obras, y pensé que se había caído algo”. Sin embargo, instantes después “un segundo estruendo. Empecé a ver gente corriendo a toda prisa, en dirección hacia donde estaba. Pero ver gente correr en Atocha no es raro, porque nadie quiere perder su tren”.
Sin embargo “algo me dijo que no saliera por las escaleras, sino que lo hiciéramos por un lateral de la cafetería que daba justo a la parada de taxis. De repente, me vi al frente de un grupo de personas que seguían el camino que yo andaba, hasta  que salimos al exterior. Yo empecé a ponerme nervioso y le dije al taxista “sáquenos de aquí”. Algo “me decía que estaba pasando algo que no era normal: el segundo estruendo hizo, literalmente, temblar a la Estación de Atocha”
“Yo soy enfermero,  ante todo. Dejé a mi mujer en una cafetería y le dije que yo me iba para dentro, que algo podría hacer. Ella no quiso y empezó a llorar. Minutos después, la Policía Nacional ya tenía acordonado el lugar, y a pesar de insistir, me dijeron que me diese media vuelta”. Regresó por su esposa y volvieron a casa de su familiar.
Al día siguiente “y con el cuerpo como podremos imaginarnos”, trató de regresar por tren hasta Algeciras. Y ahí viene uno de esos momentos con los que la vida nos sorprende de vez en cuando. “Cogimos un taxi, y le comenté a mi esposa ‘a ver si hoy nos podemos ir’. El taxista se dio la vuelta y preguntó por qué decía eso. Tras explicarle lo sucedido, me dijo que el taxi que conducía era un negocio familiar. Que el día antes su hermano le había comentado que llevó a una pareja desde Alcobendas a Atocha minutos antes de comenzar los atentados y que no sabía que había sido de ellos”.  En efecto: la casualidad quiso que Hachuel y su esposa, Ivette, tomaran dos días seguidos el mismo taxi, propiedad de dos hermanos que se alternaban en el servicio. En una ciudad como Madrid...
Realizó el viaje a Algeciras “sin ningún problema, aunque hubo algo que nunca olvidaré”. Tomó el tren el 12 de marzo, a la misma hora que tenía previsto hacerlo 24 horas antes. “Alguien, a la hora exacta en que se cumplía un día, hizo sonar una campana por megafonía.  Nadie se miró. Nadie habló. Solo la campana”. Un sonido tan traumático como el de aquel maldito estruendo  que alertó a nuestro paisano. La Madrid bulliciosa, dinámica y ruidosa de apenas unas horas antes parecía hacer bueno, veinticuatro horas después, aquel verso de Dámaso Alonso: Madrid es una ciudad de un millón de cadáveres…

Un viaje de placer, un taxi familiar y un estruendo: así vivió un ceutí el 11 M en Atocha