Que las Murallas Reales son emblema de Ceuta, es algo que poco o ninguna duda puede ofrecer. Por su estampa más arraigada en el costumbrismo de varias generaciones, pero también por la historia. Todos los pueblos que en algún momento dominaron Ceuta eligieron ese lugar para tener un control privilegiado del mar: fundamental tanto para el comercio como para la defensa de la ciudad. En su lienzo se pueden apreciar los restos de mortero del mayor sitio de la historia de la humanidad del que se tenga constancia sobre una ciudad: el de los treinta años, durante los cuales Muley Ismail con el apoyo de Inglaterra trata, sin éxito, de someter Ceuta. Que uno de los milagros marianos de los que más se ha hablado en la historia es la aparición de la Virgen María en una cueva portuguesa a tres pastores, Lucía, Francisco y Jacinta, en la Cova de Iria a inicios del pasado siglo, también. La primera quedó como custodia de los anuncios supuestamente hechos por parte de la Virgen, desvelándoselos a Juan Pablo II: los otros dos morirían en los años siguientes a la aparición mariana, ocurrida el 13 de mayo de 1917.
Pero al margen de esto, que es conocido ¿qué se sabe de las Murallas Reales?. ¿Qué nos dicen sus piedras?. De entrada, se pueden apreciar en ellas diferentes estilos de construcción, correspondientes cada uno de ellos a las tres casas reales que reinaron sobre Ceuta en su construcción: los Avis, los Austrias y los Borbones. O, mejor dicho, más que sobre su construcción sobre su ensanche y crecimiento. De hecho, de ahí viene lo de las puertas del campo: las Murallas llegaron a tener una dimensión mucho más extendida que en la actualidad. Delante de ellas, campo; detrás la ciudad, pertrechada por varias puertas que se abrían y cerraban a una hora convenida para tener controlada la situación.
Porque, y entramos ya en materia, a la hora de hablar de las Murallas es imprescindible hacerlo de una saga: los Arruda. Los mismos que diseñaron la Torre de Belem o el Monasterio de los Jerónimos, en Lisboa. En aquella época, hay nombres comunes a grandes construcciones: Micer (maestro) Beneddetto de Rávena o Juan Castillo junto al 'clan Arruda'. No solo es que fueran los mejores. Es que, tal vez, fueran casi los únicos.
Sin embargo, a pesar de que Miguel Arruda es el arquitecto de las Murallas Reales, su obra más conocida quizá esté en los alrededores de Lisboa. Se trata del Monasterio de Batalha, cuya edificación fue propiciada para conmemorar la victoria portuguesa en la batalla de Aljubarrota. Arruda es nombrado por el Rey Juan III como Maestro de Obras de Murallas y Fortificaciones del reino, Ultramar e India; lo que hoy sería en España el director de Construcciones del Ministerio de Defensa. Y en esa época no sólo construye las Murallas Reales, sino también las capillas del Monasterio de Batalha. ¿Qué hay en esas capillas que las hace especialmente interesantes?. No solo los restos mortales de la Familia Real, los Avis -varias veces profanados, como por las tropas napoleónicas en 1810-, sino también que sean imperfectas. Nunca llegaron a acabarse.
En el primer párrafo hablabamos de la Virgen de Fátima. Juan I mando construir el Monasterio de Batalha como ofrenda a la Virgen María por el triunfo en Aljubarrota. Un monasterio que el Gobierno portugués de 1907 mandó declarar como Monumento Nacional. Sería interesante, pues, saber que pensaría el muy creyente rey -que pidió una bula papal para que la Tomada de Ceuta fuese considerada una conquista en nombre de la cristiandad- de que a escasos kilómetros de ese templo cuya construcción encargó a los Arruda tres pastores oyeran a la virgen.
Queda demostrado, una vez más, que la geografía propone y la historia dispone. Lo hace también en esos poco más de veinte kilómetros que separan las 'Capillas imperfectas' (Patrimonio de la Humanidad desde 1988)... del Monasterio de Fátima.