Cuando estaba haciendo un artículo acerca de los presupuestos me he acordado de un alumno concreto, justo después me vino a la cabeza muchos más. Niños y niñas con problemas de comportamiento, que no se adaptan al sistema por falta de rutinas, problemas emocionales, malos hábitos, por tener una actitud negativista desafiante o lo que es peor, por tener algún trastorno de salud mental que impide controlar los impulsos agresivos en los casos donde aún no se ha encontrado la medicación adecuada o no la quieren tomar.
A estos menores la respuesta que se les da de manera automática, en algunos casos mínimos por comodidad y en otros muchos porque es la única herramienta que tienen los centros en el Reglamento de Régimen Interno, es la expulsión, es decir, la privación del derecho a ir a clases durante un número limitado de días por alterar la convivencia.
Mi pregunta es, ¿se modifican siempre esos comportamientos con la expulsión? ¿Nos aseguramos que en un futuro tendrán una integración social y no acabaran como lo hacen muchos, según las estadísticas? En las drogas, en los juegos o en la Cárcel.
¿Realmente el sistema hace algo y la administración pone los recursos? Más orientadores, psicólogos clínicos, técnicos de integración social y educadores sociales.
¿Hay una formación adecuada para que el profesorado pueda actuar sin estrés y sin sufrir también el peligro al ver como son insultados y agredidos? ¿Está formada la comunidad educativa en modificación de conductas?
¿Se plantean alternativas a la expulsión para que la conducta no quede impune, como son los sesiones de Habilidades Sociales, la Mediacion, la resolución de conflictos, las aulas de convivencia, los trabajos de servicio a la comunidad o las aulas terapéuticas?
No.
Hoy mi voz va para concienciar sobre la importancia de tener en cuenta que de nosotros y nosotras depende el futuro de muchos adolescentes. Quedarse en las consecuencias y los efectos, pero no en la causa ni en la prevención, es una manera simple de no potenciar una clave de la educación, que es la formación integral de la persona. Muchas veces nos acomodamos a los contenidos, a los utópicos competitivos, nos equivocamos.
Hay una línea entre tomar un camino o el otro, entre hundirte en el fracaso comprobado o rozar el éxito personal. Y ante esta idiosincracia creo que debemos moralmente intentar no tirar por el lado más fácil y asumir el reto de una educación en valores de calidad, donde el día a día no sea sobrevivir sino vivir. Actitud y medios, el resto vendrá después.