sábado. 27.04.2024

Este lunes Ceuta se ha despertado haciendo cosas de lunes: los niños al colegio, los mayores al trabajo. Las prisas típicas de coger el autobús a tiempo, encontrar aparcamiento cerca del trabajo, encajar todas las piezas para recoger a los pequeños de la casa o llevarlos a la tarde a actividades extraescolares. En los bares se comenta la enésima jornada de liga, que deja al Real Madrid un poco más cerca del título en Primera y al Ceuta de la permanencia matemática un par de categorías por debajo. Los estanqueros comienzan a vender cartones para toda la semana, mientras los jugadores comprueban la ristra de apuestas de los últimos días para ver si, al menos, logran recuperar el dinero apostado. En los centros de salud y en los hospitales la gente hace cruces esperando que llegue su turno mientras en las agencias de viaje comienza a notarse no ya la inminente Semana Santa sino la cercana temporada estival. Un día más, un día normal.

El 11 de marzo de 2004 también lo era. O lo iba a ser. Pero a primera hora de la mañana, una serie de explosiones pararon el ritmo y rompieron el corazón de un país. 192 muertos, víctimas de la barbarie, del terrorismo, de la sinrazón, del fanatismo. Ciento noventa y dos fallecidos a los que habría que unirles, semanas después, una más: Francisco Javier Torronteras, miembro de los GEO y que perdió la vida en la calle Carmen Martín Gaite de Leganés, en la entrada en la vivienda donde se inmolaron los tipos que diseñaron aquella matanza.

Hoy, Ceuta ha vuelto a guardar silencio. Lo ha hecho compungida, pero aliviada por el paso de los años que, si no cura, al menos balsamiza. La estampa y el ambiente son distintos a los de aquella mañana en que cada avance informativo aumentaba el número de muertos. Quince, cincuenta, ochenta... Números que dolían al escucharse porque cada uno de ellos representaba una viuda, un huérfano o un padre enterrando a un hijo. Un número, una vida. El macabro contador del fanatismo. Cada actualización como una gota malaya: solitaria, pero penetrante y dolorosa.

El único 'superviviente' político de aquella Asamblea de hace veinte años es Juan Vivas. Cerca del cuarto de siglo como presidente, en aquel 11 de marzo de 2004 también estaba al frente de la corporación autonómica. El 11 M fue, en palabras de Vivas "un trágico suceso que que creo que nos cambió a todos de alguna manera la vida. Creo que todos recordamos que estábamos haciendo aquel día en aquellos trágicos momentos y un trágico suceso que que tiene que servir para traernos a todos a la conciencia y a la actitud y al compromiso de rechazar, condenar cualquier manifestación de odio, de violencia y en su manifestación más lamentable, más sangrante, más dramática, más dolorosa, como es el terrorismo".

El presidente de la Ciudad atiende a los medios de comunicación tras el minuto de silencio/ Dani Hernández
El presidente de la Ciudad atiende a los medios de comunicación tras el minuto de silencio/ Dani Hernández

La Asamblea se ha congregado para "poner de manifiesto de una manera categórica, rotunda, sin ambigüedades, sin ambigüedades, que el terrorismo no tiene cabida en una sociedad democrática, que el terrorismo no tiene color, no tiene ideología, no tiene fundamento, no tiene sentido. Hay que erradicar el terrorismo de nuestras vidas con todas nuestras fuerzas y a las víctimas de aquel día nuestro apoyo, nuestra solidaridad, nuestro cariño permanente", dijo el presidente.

Minutos después, todo el mundo había vuelto a sus cosas: a su trabajo, a su desayuno, a su 'a ver ¿qué comemos hoy?', su planificación de extraescolares o sus chistecitos con el fútbol. Como en el día a día, como en esa rutina que es la verdadera protagonista del calendario. Como estaba previsto una mañana de marzo de hace veinte años. Tan maldita como aquellos que la llevaron a cabo. El día en que a España se le paró, en seco, el corazón. Y el día que, aquellos que tuvimos uso de razón en el momento, debemos -siquiera por un mínimo de moral- recordar cada marzo. "Píntalo de negro el once del mes de la primavera", que diría el poeta...


 

La Asamblea recuerda, veinte años después, a las víctimas del 11 M