jueves. 16.05.2024
COMERCIO

Juan y África: lo que unió La Campana para siempre

El cierre del obrador y pastelería La Campana, producido la semana pasada, ha causado una gran pena en toda la sociedad ceutí, debido a que era un local que había estado al servicio de la sociedad durante ochenta años. Y, como intuíamos, dejaba entre esas paredes muchas historias como la de Juan y África: aquellos dos empleados que acabaron formando una familia. 
Juan Armuña y África Guerrero, en una foto actual/ Cedida
Juan Armuña y África Guerrero, en una foto actual/ Cedida

Cuando la semana pasada hablábamos del cierre de La Campana tras ochenta años, muchos nos preguntábamos cuantas historias no se habrían escrito con aquellas tartas o pasteles como protagonistas. ¿Cuantas bodas, comuniones, cumpleaños o meriendas de domingo no tendrían como elemento alguno de esos productos presentes durante generaciones?. El cierre de la mítica pastelería ha causado penar en muchos  hogares ceutíes.  Pero seguro que en pocos como el de los protagonistas de esta noticia.

Retrocedamos en el tiempo. El 20 de diciembre de 1973, toneladas de explosivo colocadas estratégicamente en el subsuelo de la madrileña calle Claudio Coelllo por la que siempre transitaba el vehículo del presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco, eran detonados al paso del automóvil. Murieron el almirante y varios de sus escoltas. Era el último magnicidio producido hasta la fecha en nuestro país y uno de los atentados terroristas que mayor conmoción causó en la época.

A Madrid habían llegado esa mañana Juan y África. Eran dos recien casados que habían escogido la Villa y Corte para su luna de miel, para disfrutar de sus primeros días de matrimonio, formalizado el 16 de diciembre.. Ambos se habían conocido en el trabajo, en una empresa que por entonces celebraba su treinta aniversario y que la semana pasada bajaba sus persianas definitivamente: La Campana.

Juan Armuña, segundo por la izquierda en una fotografía de la plantilla de La Campana/ Cedida
Juan Armuña, segundo por la izquierda en la fila de arriba en una fotografía de la plantilla de La Campana/ Cedida

Juan había entrado en la empresa para cubrir una baja, en priincipio contratado para cuatro días. Fueron cuarenta y un años, hasta su jubilación. El se especializó en el obrador; suyas eran las manos que, por ejemplo, fabricaron tantas y tanta milhojas blancas que endulzaron infinidad de momentos de los ceutíes. Ella estuvo menos tiempo: cinco años, vendiendo pasteles, pan y helados. Entre harinas y azúcares, surgió el amor.

Una relación que dura hasta nuestros días, hijos y nietos incluídos. "Sin La Campana, no estaría yo aquí", afirma Juan Miguel, descendiente junto a Mariló y Escolástico de aquella pareja de pasteleros. En el caso de toda Ceuta, pero más aún en el de los Armuña Guerrero, demostrado queda que con La Campana no solo cerró un comercio, sino un trozo de vida.

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