domingo. 19.05.2024
DIEZ HISTORIAS DE DEPORTE Y VIDA-2

El secreto del tubular

2020 será un año especial para los aficionados al deporte, con dos eventos largamente esperados: los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 y la Eurocopa de Naciones. Sin embargo, el deporte va mucho más allá de récords, derrotas históricas o marcas inalcanzables. En ocasiones, hay un trasfondo político o social que invita a verlo con una mirada más amplia que la del simple aficionado. Es por ello que Ceuta Televisión, en estos días navideños, les va a ofrecer diez historias de deporte... y vida

No son pocas las facetas de la vida que crecen a partir de una gran rivalidad. Los Rolling Stones o los Beatles, Shakespeare o Cervantes, Dalí o Picasso, Menotti o Bilardo… Formas distintas de ver y entender el campo que sea, pero en el fondo de ver y entender la vida.

 

Al ciclismo no le podía faltar algo así. Los grandes campeones han dejado un bonito reguero de cadáveres en el armario. Así, el recientemente fallecido Raymond Poulidor pasó a la historia como el eterno segundón: PouPou tuvo la malísima suerte de coincidir con los últimos años de Ancquetil y los primeros de Eddy Merckx. No es atrevido imaginar a Claudio Chiapucci o Toni Rominger vestidos de amarillo en París si no llegan a coincidir con Miguel Induráin, como tampoco sería descabellado aventurar que el Tour que aún le falta a Nairo Quintana podrían haber sido dos o tres si no coincide con Chris Froome. Sin embargo, el deporte de las dos ruedas -pese a malditos tejanos y otras yerbas, el más épico de todos- guarda en su “caja de galletas” la más hermosa rivalidad no solo del mundo de la bicicleta, sino posiblemente de la historia del deporte en general. Entre dos compatriotas, en uno de los periodos más convulsos de los tiempos recientes: Fausto Coppi y Gino Bartali.

Ambos tenían todos los argumentos para dividir no solo a aficionados, sino a un país entero. Coppi era de provincias, Bartali de Florencia. Coppi era un mujeriego y el divorcio de su primera mujer para dar pie a una relación con la esposa de un seguidor suyo fue un escándalo nacional en el que llegó a intervenir el Papa Pio XII; Bartali un devoto católico con una larga y, suponemos, feliz vida conyugal. Coppi era el más joven, Bartali el más viejo. Coppi murió deprisa y dejó un hermoso cadáver víctima de la malaria tras un extraño critérium en Alto Volta; Bartali lo hizo en su casa con el siglo de vida rondando en la esquina.

Ambos se vencieron y retaron mutuamente; se repartieron Giros y Tours antes y después de la II Guerra Mundial. Y las dos Italias se reflejan como nunca en esos hombres el 14 de julio de 1948. Palmiro Toggliatti, secretario general del Partido Comunista Italiano es tiroteado tras un acto con militantes. La tensión hace temer por una Guerra Civil. Alcide De Gasperi, primer ministro, levanta el teléfono y pide un favor a un amigo: “Gino: tienes que ganar el Tour”. Dicho y hecho: Bartali ataca desde lejos, sentencia la ronda gala diez años después de conquistar la primera y el país se olvida por unas horas del conflicto político para ver como el viejo campeón dicta una lección de ciclismo. Giulio Andreotti, el gran Maquiavelo del siglo XX, admitiría después que la victoria de Bartali ayudó a enfriar los ánimos y a evitar un posible conflicto civil. Para redondear aquel día, además, Toggliatti sobrevivió: la muerte le sorprendería a mediados de los 60, en un balneario soviético al que había acudido para apoyar a Kruscheff. Una de las principales ciudades de la actual Rusia lleva hoy su nombre.

Pero sería el último gran triunfo del altivo Bartali frente a Coppi, el ciclista del pueblo. Bastante más joven este, poco a poco empieza a desplazar sin remedio al veterano campeón. Rendido ante la evidencia, se retira a mediados de los años 50, y llega a ser director deportivo de un equipo en el que figura su viejo enemigo. Este entra en la leyenda con una extraña muerte: cobra un verdadero pastizal por una exhibición en África, pero le sorprende la malaria y fallece a los 40 años. Un James Dean del ciclismo. De los dos hombres que dejan una de las imágenes más icónicas de la historia del deporte -setenta años después, aún se discute  si Coppi le ofreció la cantimplora a Bartali o viceversa- queda el menos carismático, el señor ordenado de Florencia, el hombre de misa diaria y rutinaria vida familiar. El ciclista del régimen, al que Mussolini exhibía como muestra del poderío fascista y al que los políticos pedían favores. El rebelde, el mujeriego, el visionario,  muere a los 40 años.

Pero Gino Bartali tenía un secreto. Muere en 2000, a los 86 años de edad y rodeado por los suyos. Un par de años después, unos archivos en un monasterio suizo son descubiertos por primera vez. Y el suyo es el nombre más repetido. Aquellos viejos cuadernos escupen una realidad que hasta la propia familia del soso campeón desconocía: sus entrenamientos durante la II Guerra Mundial a través de los Alpes no eran solo para “estar en forma y darle triunfos a Italia”. ¿Quien podía dudar lo más mínimo?. Era el mismísimo Gino Bartali, pensarían aquellos guardias fascistas que no dudaban en pararle y hacerse fotografías con el o pedirle autógrafos. Eso sí:  no repararon nunca en la bicicleta de Bartali ni, más concretamente, en su tubular. Aquel en el que, aprovechando la inmunidad que le daba ser el niño bonito del régimen, pasó en cada entrenamiento pasaportes falsos y salvoconductos con destino al monasterio. Esos entrenamientos en solitario, esas pedaladas permitieron salvar la vida a 800 judíos, que cruzan la frontera con Suiza como si tal cosa. Bartali es hoy Justo entre las Naciones; recoger el premio fue lo último que le dio tiempo a hacer antes de morir a su viuda y su eterna compañera.

 

Y, al final, la eterna pregunta ¿Quién era mejor de los dos?. Piensa el autor de este artículo que, tal vez,  Coppi fuese el mito que todos hemos soñado emular en algún momento de nuestra infancia. Y Bartali el hombre que todos deberíamos aspirar a ser.

 

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