Hubo un tiempo, quizá no tan lejano, en que nuestro ritmo vital no lo marcaba ese dictador de bolsillo que nos permite estar permanentemente conectados. Hubo un momento en que no teníamos la necesidad permanente de contarle al mundo que hacíamos, con quien y como al instante. Hubo una época, antes de estos orwellianos años, en los que la mejor red social era una plaza, una fuente, un niño corriendo tras unas incautas palomas y si acaso, un paquete de pipas o un bote de refresco. Hubo unos años en los que la 'storie' se pregonaba de esquina en esquina, no hacía falta más 'like' que una mirada cómplice y la forma de compartir, retuitear o hacer algo viral -para lo bueno y malo- era de boca a oreja.
En esos años, que insistimos no andan tan lejanos en el tiempo, no era raro ver a personas haciendo cosas para las que ahora hay que organizar y patrocinar iniciativas, sin que esto pretenda ser una crítica a actos como el de esta tarde en la Plaza de los Reyes. Hoy se hacen actividades para enseñar a los niños qué eran el trompo y las canicas, para quedar con los perros a pasear, se organizan paseos por el monte o se vende en algunos pueblos de España como patrimonio inmaterial que la gente saque sus sillas al fresco y convivan.
En este mundo, por tanto, y a los que hemos conocido el anterior no puede sino antojarse como saludable iniciativas como las de esta tarde. De Antonio, de Maribel, de María Isabel; profesionales de la venta de lana y agujas en nuestra ciudad que han decidido sacar a la calle a cuantos gusten de tejer y organizar quedadas para ello. De Eduardo Ayala, responsable del área de Festejos, que mira con asombro y satisfacción el éxito que ha tenido esta iniciativa. La tarde en que personas octogenarias bordan un babero o un jersey mientras estudiantes del IES Clara Campoamor hacen lo propio con detalles más modernos.
Días como el de este viernes; días en los que 'Tejer con corazón' entrega un donativo a ACMUMA y siguen pensando en la próxima entidad que recibirá su contribución. Días que aprovechan algunas personas con ciertas contingencias familiares para airearse, y despejarse un rato de los problemas cotidianos.
Tardes en la que los hombres también se suman a esto de tejer; en estos tiempos de neolengua y permanente revisión de hasta el más mínimo gesto, un ovillo de lana, un par de agujas y la necesidad de desconectar van a ser más igualitarios que tantas apepés para recordar algo tan evidente como que los platos no van solos al fregadero ni entienden de quien los lleve.
Cae la tarde en la Plaza de los Reyes. Las primeras tareas van dando su fruto. Doscientas personas comparten confidencias; se preguntan por los familiares, observan mutuamente lo que ha hecho el de al lado y pergueñan próximas quedadas "una vez que pasen las fiestas". Algún niño inqiuieto corretea tras las palomas, bajo la atenta mirada de sus padres que dan cuenta de algún paquete de pipas o un botellín de agua para aliviar la sed. Es la vida de siempre. Es un balón de oxígeno entre tanto frenetismo. Es, parafraseando a la genial María Dueñas, el tiempo entre costuras.