sábado. 27.04.2024

Pocos lugares tan sensibles, pocos territorios tan importantes para un país, pocos sitios donde se noten más los efectos de una gran crisis que en una frontera. Y más si es una tan peculiar como las de Ceuta y Melilla con Marruecos. Los últimos tres años son una prueba clara de ello, la crónica de como nuestras vidas cambiaron para siempre en aquella intensa -e infausta- quincena de marzo de 2020.

El 13 de marzo de hace tres años, la frontera de Ceuta aparecía completamente cerrada, con varias personas aisladas en nuestra ciudad y con la sensación de que algo estaba cambiando para siempre. Fue un acuerdo entre Gobiernos, impulsado por las autoridades regionales -el walid de Tetuán y la Delegación del Gobierno en Ceuta- para tratar de evitar una escalada de contagios en las primeras semanas de una pandemia que estaba cambiando el ritmo del mundo. Horas después, el 14 de marzo, el Gobierno de España aprobaba el primer Estado de Alarma de la pandemia y millones de personas quedábamos encerradas en nuestras casas hasta nueva orden.

En principio, iba a ser una medida temporal. Pero los meses pasaban, y la frontera no se abría. Con la peculiaridad de tener, además, a personas que se habían quedado atrapadas en Ceuta: bien eran viajeros que trataban de cruzar el Tarajal en un sentido u otro y no tuvieron tiempo, bien eran trabajadores marroquíes que se quedaron en la Ciudad Autónoma. Acogidos, en un primer momento, en lugares como los pabellones de Santa Amelia, La Libertad o alguna nave en El Tarajal, al no disponer muchos de ellos de un lugar en el que quedarse. Las claves eran claras para la reapertura de la frontera: la pandemia tenía que remitir, si o si, a ambos lados.

Fueron los meses de las repatriaciones de junio, con bastantes problemas conforme a los listados que emitía una parte y otra, y del regreso a Ceuta por vía marítima y desde Málaga de personas que se habían quedado en el vecino país. Fueron también los meses en que comienzan a manifestarse los miembros de un colectivo hasta entonces invisible, pero que todos los lunes convirtió la Plaza de los Reyes en su lugar de reivindicación: los trabajadores transfonterizos, que pedían volver a su país para reencontrarse con sus familiares pero querían unas salvaguardas de mantenimiento del empleo. Entre tanto, mes a mes, el mismo decreto firmado por el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska: las fronteras permanecerían cerradas, al menos, hasta los 30 días siguientes.

La causalidad, más que la casualidad, quisieron que dos fechas fueran históricas en esta cuestión, con un año de diferencia: 17 y 18 de mayo. En  2021: la mayor entrada jamás registrada en Ceuta y en la Unión Europea hasta el estallido de la Guerra en Ucrania. Miles de personas entran, en una situación que, como gusta de recordar el presidente de la Ciudad, situó a Ceuta a borde del abismo. De entre esas personas, en torno a un millar eran menores de edad que en una decisión histórica son devueltos a Marruecos a mediados de agosto. Sin embargo, una serie de demandas planteadas ante los tribunales abren un proceso que, de momento, mantiene como investigadas a la ex delegada del Gobierno, Salvadora Mateos y a la vicepresidenta de la Ciudad, María Isabel Deu. En aquellas semanas, además, el presidente del Gobierno realiza la primera de las tres  visitas presidenciales a la Ciudad Autónoma de esta legislatura, la Unión Europea se posiciona como nunca antes del lado de Ceuta y se empieza a hablar ya claamente de la necesidad de dotar a Ceuta de un plan de futuro que le permita mantenerse al margen de las turbulencias de la frontera y de eliminar la excepción al tratado Schengen para entrar en las Ciudades Autónomas.

17 y 18 de mayo, 2022. Tras varios meses de rumores, un año después de aquella histórica entrada se reabren las fronteras. Previamente, España ha virado en su posición habitual sobre el Sáhara, y Sánchez firma en Rabat el inicio de unas nuevas relaciones con el vecino país que incluyen la apertura de una aduana comercial en Ceuta y la reapertura de la de Melilla. Una implantación "gradual, progresiva y ordenada", repiten tanto desde el Ejecutivo central como desde el autonómico.

Hasta el momento, esa apertura ha tenido dos capítulos: la entrada de material higiénico y de una partida de aceites industriales a modo de experimento. Todo, mientras se sigue insistiendo -la última vez, en boca del ministro Albares- en que no se quiere volver a un pasado de colapsos fronterizos y de escenas como las vividas en la época del porteo. Tres años después de aquella decisión, el curso de la historia parece haber cambiado definitivamente en dos fronteras que representan, tal y como decíamos en el primer párrafo, el mejor medidor de los grandes acontecimientos.

Del cierre a una aduana 'incipiente' en tres años: una historia de frontera